Gaur
egungo drama bat kontatu nahi izan dut, gaur egungo lanik gabetu
batena, eguneroko martxak eta ekonomiaren logikaren dolareak xehatua
duena”.
Drama
bat da, letra xehez kontatu beharreko drama humano bat. Urola aldean
gertatzen dena. Gaur eta hemen.
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1766ko
Azkoitia-Azpeitietako matxinada itzal ilun bat izan da, baita
bertan bizi izan garenontzat ere. Ez da ahoz aho transmititu den
gertaera bat Urolaldean ere. Ez da manipulatu den gertaera. Isilarazi
egin da, nahita ezkutatu, eta matxinada hartako pertsonaia batzuen
erabateko onarpen sozialarekin estali da jende xehearen sufrimendua,
borroka eta errepresioa. Ez zen hildako bakarra izan errepresioa
etorri arteko astebete eskaseko errepublika hartan, baina heriotza
zigorra eskatu zuten gosetuentzat gaur egun gure kaleetan brontzezko
buruak dituzten horiek edo ikastolei izena ematen dietenek.
“Nada
basta muchas veces un acertado gobierno para precaver la
ciega prevaricación del vulgo alucinado con el fanatismo.
Así comprobó una triste experiencia en el reinado de Carlos III,
que, aunque tan próvido, sufrió el año 1766 algunas conmociones
populares, suscitadas por unos hombres
de ínfima ralea. Madrid mismo y
Zaragoza se vieron consternados por aquel tiempo a causa de una
peligrosa fermentación, cuyo fuego había encendido en ambas
capitales la furia del populacho
temerario y arrojado. Referir aquí los
excesos cometidos por una infame turba
en la metrópoli de Aragón, los robos, los incendios y otras
ejecuciones trágicas, sería ajeno de nuestro intento; solo sí
diremos que la nobilísima y fiel Provincia de Guipúzcoa vio por
aquella época levantarse en su distrito algunos movimientos
sediciosos que amenazaban a la pública tranquilidad, suscitados
por la gente más baja a resultas de la
escasez de granos y arreglo de medidas. Este peligroso
tumulto, que si no se hubiese tirado a
atajar desde los principios, ahogándole en su cuna misma, hubiera,
sin duda, perturbado la quietud de las repúblicas, tuvo su fatal
principio a 14 de Abril de 1766 en la insolencia de algunos herreros
de Azcoitia, que amotinados entre si ejecutaron mil injustas
extorsiones en aquella ilustre villa, obligando de viva fuerza a sus
constituyentes a que bajasen el precio a los granos, y alterasen las
medidas que se hallaban empadronadas ala de Ávila. Propagóse
repentinamente el fuego de la disensión a la villa de Azpeitia, a
donde pasaron los insurgentes de Azcoitia a media noche, obligando
indignamente y con violencia a un caballero principal y tres
sacerdotes a que les precediesen con hachas encendidas y una bandera,
que llevaba uno de dichos sacerdotes. En aquella primera república
fueron juntándose hasta 1500 a 2000 sediciosos de diferentes pueblos
comarcanos, cometiendo los mayores atropellamientos, efecto de su
obstinación, sin que bastasen las fervorosas amonestaciones de
personas las más caracterizadas, y calificadas con el sacerdocio,
entre ellas el cura de la parroquia D. Ignacio Amotegui, a extinguir
la llama abrasadora de estos levantamientos, que se fueron
difundiendo con rápido progreso por otros lugares de la Provincia.
Arrebatados del espíritu de furor, y fuera de si, hicieron terribles
amenazas de que se meterían en número
de 7000 hombres en la villa de Vergara para matar algunos caballeros,
y que darían fuego a las Reales Fábricas de Placencia. Rompieron a
palos todas las medidas de granos que amontonaron en la plaza de
Azpeitia, y hecha esta hazaña y la violencia de penetrar en algunas
casas principales de aquella villa subiendo por los balcones,
quebrantando ventanas y vidrieras con ánimo de ensangrentar su
cólera y quitar la vida a sus dueños, quisieron interesar a la
Religión misma en los criminales
desahogos de su furia, clamando se
dirigiese una procesión solemne con la imagen de San Ignacio a su
gran Santuario de Loyola. ¡Extrañas inconsecuencias de un
vulgo desbocado y pertinaz: querer
santificar unos excesos tan enormes con el falso pretexto de piedad y
devoción, pero no las primeras oidas en el mundo!”
(Joaquín
Antonio de Camino y Orella, Historia
Civil-Diplomática-Eclesiástica antigua y moderna de la ciudad de
San Sebastián, Cap. XXVII, Aurrera,
1780).